A veces me pregunto si sabemos lo afortunados que somos cuando se enciende la luz, de lo afortunados que somos de vivir en un país como el nuestro, con las infraestructuras de transportes, con sanidad y educación públicas, pavimentación y alumbrado público, agua y luz en los hogares, servicios sociales. Cuando viajas un poco te das cuenta de que muchas veces nos quejamos por vicio. Por lo menos de cosas que damos por hechas o que creemos que siempre han estado ahí. Los servicios básicos de agua y luz, la pavimentación de las calles, el alumbrado público está previstos en leyes básicas de nuestro Estado, así como en todos los países de la Unión Europea. Es por ello, que cuando oímos ciertas noticias a lo largo y ancho de este nuestro mundo nos quedamos en algunos casos perplejos.

Un caso reciente fue la conmovedora imagen de un niño peruano, Víctor Martín Angulo, que hacía sus deberes a la luz de una farola. Cada tarde y hasta que caía la noche, Víctor se sentaba en la acera con sus libros, buscando una farola que los iluminara y así poder hacer los deberes del día.

También no hace mucho en Mundo Orenda hemos tenido la experiencia de nuestra valiente compañera Rebeca que, en su viaje a Camizungo (Ángola), nos ha relatado de una manera gráfica como las casas del citado pueblo carecen de los servicios básicos (agua, luz, alcantarillado,…) que son esenciales para el desarrollo social y económico de la población: “Llovía muchísimo y había mucha tormenta eléctrica ese día. Ya era de noche y me refugié en casa de Fausto. Su mamá estaba cocinando dentro de la casa con leña y fuego, fuera no podía cocinar, tenía la casa inundada de un tremendo olor a humo. Comencé a toser. Al lado de la cama tenía una vela encendida. Poco después se apagó, el agua entraba por el techo. Luego me recogieron y yo me marché de Camizungo.  Imagino que esa noche ellos se mojaron mucho en silencio, a oscuras, pero aún así daban gracias porque la lluvia es significado de bendición en lo único que les da de comer: el campo y por lo tanto, alimento y vida”.

Otro caso cercano a la que escribe esta reflexión, fue el de Apala, una niña saharaui que venía todos los veranos a casa de unos vecinos a través de la Asociación Canaria de Amistad con el Pueblo Saharaui. Dicha asociación trae a niños saharauis a pasar los veranos en hogares de familias canarias. Estos niños viven en Campamentos de Refugiados en las proximidades de la ciudad argelina de Tindouf, en una de las zonas más inhóspitas del desierto del Sahara. Apala venía a jugar todas las tardes a casa de mis padres con mi sobrina Raquel. Los primeros días de ese primer año que Apala vino de vacaciones tenía un “ritual”, que consistía en encender y apagar las luces del largo pasillo que tiene la casa de mis padres. Apagaba y encendía las luces de cinco a diez veces y sonreía. Mi padre pasaba por allí y decía: ¡Van a fundir las bombillas! Y todos nos reíamos. Pero las risas de Apala y de Raquel eran las que encendían todo el pasillo. También Apala, cuando iba al baño, no tiraba una vez de la cisterna sino varias. Le gustaba observar como funcionaban esos “artilugios” de los que carecía el campamento donde vivía y que hacían que la vida fuera más fácil. Fue una enseñanza para todos que Apala fuera parte de nuestros veranos, nos dimos cuenta que según donde nazcas tienes unas condiciones de vida u otras pero que la sonrisa por momentos compartidos y el reír a carcajadas es igual en todo el mundo.

Estos pequeños retazos de experiencias nos llevan a reflexionar sobre lo importante que es para cualquier ser humano tener unos servicios básicos para poder alcanzar cierta calidad de vida: el abrir el grifo del agua;  el tener corriente eléctrica para hacer la colada o tener una nevera; el alumbrado público que proporciona seguridad y bienestar a la población; el alcantarillado; … Esos pequeños detalles que lo son todo. Cuando se enciende la luz. 

     “A nuestra amiga saharaui Apala que iluminaba nuestro pasillo con sus carcajadas”.